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No se conocen remedios o vacunas efectivas contra esta infección. El virus publicitario es uno de los más nocivos y se propaga por numerosas plataformas. No es extraño que uno se siente en un inodoro tranquilamente para evacuar remesas descartadas y ahí frente a los ojos un virus publicitario nos llame a la reflexión acerca de la eficacia de nuestras tripas.
¿Cómo luchar con él entonces?
¿Cómo escapar de sus interpelaciones?
Dado que la infección se propaga sin control la única solución es desactivar la fe poética que el consumidor medio tiene acerca de la publicidad. Digamos, ni siquiera refutarla. Ignorarla. Volver a aquella certeza de que tomarse una gaseosa no eleva el índice de felicidad sino el de colesterol, que una bolsa para meter morfi y cocinarla en el horno no te hace un buen cocinero, que el olor de un desodorante de ambiente evita a lo sumo el olor a pedo pero jamás te traslada a una campiña florecida.
Quebrada la credulidad, todas las metáforas publicitarias, que son cada vez más agresivas, caerán por su propio peso.
Añoro los días en que un cartel sincero y algo tosco indicaba: "Retoran Los Gallegos - De Juan y Pedro Martorena". Liso y llano. Un restorán en donde se vendía morfi y no "experiencias culinarias".
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